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jueves, 25 de marzo de 2010

Literatura y justicia: El Affaire Dreyfus


En 1894, el Capitán del Alfred Dreyfus, con formación como ingeniero, de origen judío-alsaciano, fue acusado de espionaje. Un tribunal militar lo condenó por el delito de alta traición a prisión perpetua y destierro en la Colonia penal de la Isla del Diablo en la Guayana francesa ubicada en Sudamérica. La defensa de Dreyfus hecha a través de la prensa por Bernard Lazare y con la ayuda de Georges Picquart, jefe del servicio de contraespionaje comprobó, que el verdadero traidor había sido el comandante Ferdinand Walsin Esterhazy y que Dereyfus había sido condenado sin pruebas y con un proceso del todo defectuoso; sin embargo el Estado Mayor se negó a reabrir el caso y buscó el modo de enviar a Picquart al norte de África.

Años más tarde el presidente del Senado Auguste Scheurer-Kestner declaró que estaba convencido de la inocencia de Dreyfus y junto con Georges Clemenceau, iniciaron nuevamente gestiones para reanalizar el caso, por esas fechas fue denunciado Esterházy ante el Ministerio de Guerra como el verdadero criminal de traición, pero este fue absuelto y aclamado como líder de los conservadores.

Es entonces que Émile Zola publica su famoso J'Accuse, alegato en favor de Dreyfus que llevó al cambio de opinión de muchos intelectuales de la época y del que ahora presentamos un extracto.

En 1898 el Tribunal Supremo reabrió el caso y al año siguiente anuló la sentencia ordenando realizar un nuevo Consejo de Guerra que se efectuó en Rennes ese mismo año, en el cual Dreyfus fue condenado nuevamente en esta ocasión a diez años de trabajos forzados Dreyfus por razones de salud aceptó el indulto que le concedió el presidente Émile Loubet.

Fue hasta 1906 que fue declarado inocente por la Corte de Casación anulando el juicio de 1899, sin necesidad de un nuevo juicio, así como su rehabilitación como capitán Dreyfus y reintegración al ejército con el rango de comandante en el que falleció en 1935.

El caso Dreyfus representa un hito en la historia judicial pues a partir de ahí comenzó a discutirse el buen activismo judicial a favor de los derechos civiles y en contra de la discriminación.

En 1898, el famoso escritor Emile Zola toma partido desde el diario Le Figaro, convencido de la inocencia de Dreyfus; se enfrenta a la opinión pública y el diario le cierra sus puertas. Zola asume costos y riesgos. Zola dirige una carta abierta al presidente Faure publicada desde el diario L'Aurore el 13 de enero de bajo el título de J'Acusse, sus fulminantes efectos dividirán a Francia durante décadas. El diario que dirigía George Clemenceau tiró 300.000 ejemplares agotando su edición en pocas horas.


CARTA A M. FELIX FAURE PRESIDENTE DE LA REPUBLICA FRANCESA

(…)

Puesto que se ha obrado tan sin razón, hablaré. Prometo decir toda la verdad y la diré si antes no lo hace el tribunal con toda claridad. Es mi deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría el espectro del inocente que expía a lo lejos cruelmente torturado, un crimen que no ha cometido.

Por eso me dirijo a vos gritando la verdad con toda la fuerza de mi rebelión de hombre honrado. Estoy convencido de que ignoráis lo que ocurre. Y ¿a quién denunciar las infamias de esa turba malhechora de verdaderos culpables sino al primer magistrado del país?

(…)

Cuando aparece Dreyfus ante el Consejo de guerra, exigen el secreto más absoluto. Si un traidor hubiese abierto las fronteras al enemigo para conducir al emperador de Alemania hasta Nuestra Señora de París, no se hubieran tomado mayores precauciones de silencio y misterio.

Se murmuran hechos terribles, traiciones monstruosas y, naturalmente, la Nación se inclina llena de estupor, no halla castigo bastante severo, aplaudir la degradación pública, gozar viendo al culpable sobre su roca de infamia devorado por los remordimientos..... Luego es verdad que existen cosas indecibles, dañinas, capaces de revolver toda Europa y que ha sido preciso para evitar grandes desdichas enterrar en el mayor secreto?. No! Detrás de tanto misterio solo se hallan las imaginaciones románticas y dementes del comandante Paty de Clam. Todo esto no tiene otro objeto que ocultar la mas inverosímil novela folletinesca. Para asegurarse, basta estudiar atentamente el acta de acusación leída ante el Consejo de guerra.

(…)

Dreyfus conoce varias lenguas: crimen. En su casa no hallan papeles comprometedores; crimen. Algunas veces visita su país natal; crimen. Es laborioso, tiene ansia de saber; crimen. Si no se turba; crimen. Todo crimen, siempre crimen... Desconocemos aún sus interrogatorios, pero lo cierto es que no todos lo acusaron, habiendo que añadir, además, que los veintitrés oficiales que atestiguaron pertenecían a las oficinas del ministerio de la guerra. Se las arreglan entre ellos como si fuese un proceso de familia, fijaos bien en ello: el Estado Mayor lo hizo, lo juzgó y acaba de juzgarlo por segunda vez.

Así, pues, solo quedaba la nota sospechosa acerca de la cual los peritos no estuvieron de acuerdo. Se dice que, en el Consejo, los jueces iban ya, naturalmente a absolver al reo, y desde entonces, con obstinación desesperada, para justificar la condena, se afirma la existencia de un documento secreto, abrumador; el documento que no se puede publicar, que lo justifica todo y ante el cual todos debemos inclinarnos: el Dios invisible e incognoscible!. Ese documento no existe, lo niego con todas mis fuerzas. Un documento ridículo, si, tal vez el documento en que se habla de mujercillas y de un señor D... que se hace muy exigente, algún marido, sin duda, que juzgaba poco retribuidas las complacencias de su mujer!. Pero un documento que interese a la defensa nacional, que no puede hacerse público sin que se declare la guerra inmediatamente, no, no!. Es una mentira, tanto mas odiosa y cínica, cuanto que se lanza impunemente sin que nadie pueda combatirla. Los que la fabricaron, conmueven el espíritu francés y se ocultan detrás de una legítima emoción; hacen enmudecer las bocas, angustiando los corazones y pervirtiendo las almas. No conozco en la historia un crimen cívico de tal magnitud!. (…)


EMILE ZOLA

París, enero 13 de 1898.

lunes, 1 de marzo de 2010

Derecho y poesía

Gustav Radbruch en su "Introducción a la filosofía del derecho" dedica el parágrafo 31 al tema:
Hay una carta de Goethe a un amigo que profesaba admiración por lo poetas y los juristas, en que le dice que se empeña en servir y adorar a dos dioses enemigos e incompatibles entre sí...Otros poetas, repelidos y hasta asqueados por lo estudios jurídicos, llegaron a estampar verdaderas maldiciones en el libro de oro de la Jurisprudencia...si nos preguntamos, ahora qué es lo que puede explicar esta frecuente aversión de los poetas y, en general, de los artistas hacia la ciencia jurídica encontraremos como causa, tal vez, la llamada objetividad jurídica, es decir, la tendencia del jurista a abstraerse precisamente de los rasgos esencialmente humanos.


Radbruch buscaba vivificar el derecho que tan mal parado había quedado por los totalitarismos y esta relación entre literatura y derecho es una de las diversas maneras que explora en su manual, el cual invitamos a leer.

Fuente: RADBRUCH, Gustav, "Introducción a la filosofía del derecho" primera edición en alemán 1948, usamos la edición en español del Fondo de Cultura Económica de 1951, pp. 144 y ss.